Neon AI on a keyboard

Los capitalistas han ganado la batalla por la IA

Dic 18, 2023

Lo ocurrido en OpenAI durante los últimos cinco días podría describirse de muchas maneras: Un jugoso drama en la sala de juntas, un tira y afloja en torno a una de las mayores empresas emergentes de Estados Unidos, un enfrentamiento entre los que quieren que la inteligencia artificial avance más rápido y los que quieren ralentizarla.

Pero fue, sobre todo, una lucha entre dos visiones enfrentadas de la inteligencia artificial. Según una visión, la inteligencia artificial es una nueva herramienta transformadora, la más reciente en una serie de innovaciones que han cambiado el mundo, como la máquina de vapor, la electricidad y la computadora personal, y que, si se utiliza de manera correcta, podría marcar el comienzo de una nueva era de prosperidad y hacer ganar mucho dinero a las empresas que aprovechen su potencial.

Según la otra visión, la inteligencia artificial es algo más parecido a una forma de vida alienígena —un leviatán convocado desde las profundidades matemáticas de las redes neuronales— que hay que contener y desplegar con extrema precaución para evitar que se apodere de nosotros y nos mate a todos. Con el regreso de Sam Altman el martes a OpenAI, la compañía cuya junta directiva lo despidió como director ejecutivo el viernes de la semana pasada, la batalla entre estos dos puntos de vista parece haber terminado.

El Equipo Capitalismo ganó. El Equipo Leviatán perdió.

La nueva junta de OpenAI estará conformada por tres personas, al menos al principio: Adam D’Angelo, director ejecutivo de Quora (y único miembro del antiguo consejo); Bret Taylor, exejecutivo de Facebook y Salesforce; y Lawrence H. Summers, exsecretario del Tesoro. Se espera que la junta crezca a partir de esa base.

También se espera que el mayor inversor de OpenAI, Microsoft, tenga más voz en la gobernanza de OpenAI en el futuro. Esto podría incluir un puesto en la junta.

Tres de los miembros que impulsaron la destitución de Altman ya no forman parte de la junta: Ilya Sutskever, jefe científico de OpenAI (que ya se ha retractado de su decisión); Helen Toner, directora de estrategia del Centro de Seguridad y Tecnologías Emergentes de la Universidad de Georgetown; y Tasha McCauley, empresaria e investigadora de la Corporación RAND.

Sutskever, Toner y McCauley representan el tipo de personas que estaban muy implicadas en la reflexión sobre la inteligencia artificial hace una década: una mezcla ecléctica de académicos, futuristas de Silicon Valley e informáticos. Veían la tecnología con una mezcla de temor y admiración, y se preocupaban por futuros acontecimientos teóricos como la “singularidad”, un punto en el que la inteligencia artificial se liberaría de nuestra capacidad para contenerla. Muchos estaban afiliados a grupos filosóficos como el de los altruistas eficaces, un movimiento que utiliza los datos y la racionalidad para tomar decisiones morales, y que fueron persuadidos a trabajar en la IA por el deseo de minimizar los efectos destructivos de la tecnología.

Este era el ambiente en torno a la inteligencia artificial en 2015, cuando OpenAI se formó como una organización sin fines de lucro, y ayuda a explicar por qué la organización mantuvo su enrevesada estructura de gobierno —que dio a la junta sin fines de lucro la capacidad de controlar las operaciones de la empresa y remplazar a sus líderes— incluso después de que comenzara una división con fines de lucro en 2019. En ese momento, muchos en la industria consideraban que proteger la inteligencia artificial de las fuerzas del capitalismo era una prioridad absoluta, que debía consagrarse en los estatutos corporativos y los documentos constitutivos.

Pero muchas cosas han cambiado desde 2019. La potente IA ya no es solo un experimento mental: existe dentro de productos reales, como ChatGPT, que utilizan millones de personas todos los días. Las empresas tecnológicas más importantes del mundo están compitiendo para construir sistemas aún más potentes. Además, se están gastando miles de millones de dólares en construir y desplegar la IA dentro de las empresas, con la esperanza de reducir los costes laborales y aumentar la productividad.

Los nuevos miembros del consejo son el tipo de líderes empresariales que cabría esperar para dirigir un proyecto así. Taylor, el nuevo presidente de la junta, es un experimentado negociador de Silicon Valley que dirigió la venta de Twitter a Elon Musk el año pasado, cuando era presidente del consejo de Twitter. Summers es el capitalista tradicional, un economista reconocido que ha dicho que cree que el cambio tecnológico es un “bien neto” para la sociedad.

Todavía quizás hayan voces de cautela en la junta reconstituida de OpenAI, o figuras del movimiento de seguridad de la inteligencia artificial. Pero no tendrán poder de veto ni la capacidad de cerrar la empresa en un instante, como hacía el antiguo consejo. Además, sus preferencias se equilibrarán con las de otros, como los ejecutivos y los inversores de la empresa.

Eso es bueno si eres Microsoft, o cualquiera de los miles de empresas que confían en la tecnología de OpenAI. Una gobernanza más tradicional implica menos riesgo de una explosión repentina o de una modificación que te obligaría a cambiar de proveedor de inteligencia artificial a toda prisa.

Quizás lo que ocurrió en OpenAI —un triunfo de los intereses corporativos sobre las preocupaciones por el futuro— era inevitable, dada la creciente importancia de la IA. Una tecnología potencialmente capaz de marcar el comienzo de una Cuarta Revolución Industrial difícilmente iba a ser gobernada a largo plazo por quienes querían frenarla, no con tanto dinero en juego.

Aún quedan algunos vestigios de las viejas actitudes en la industria de la IA. Anthropic, una empresa rival creada por un grupo de antiguos empleados de OpenAI, se ha constituido como una corporación de beneficio público, una estructura legal que pretende aislarla de las presiones del mercado. Además, un activo movimiento de IA de código abierto ha abogado por que la inteligencia artificial permanezca libre del control corporativo.

Pero la mejor forma de ver esto es como los últimos vestigios de la antigua era de la inteligencia artificial, en la que las personas que la creaban veían la tecnología con asombro y terror a la vez, y trataban de limitar su poder mediante una gobernanza organizativa.

Ahora, los utópicos están en el asiento del conductor. Y van a toda velocidad.

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